Dios nos creó a su imagen con el propósito de representarle ante el mundo. Esto confiere a nuestros cuerpos dignidad y estatus.

Nuestro género, masculino o femenino, refleja la pluralidad de la divinidad. Es una expresión de la unidad y la diversidad incorporadas en lo que Él es.

Podemos gozarnos con la esperanza de que seremos resucitados: nuestros cuerpos serán redimidos y sacados del sufrimiento de este mundo.

Jesús asumió voluntariamente las limitaciones de un cuerpo humano y abrazó su humanidad para vencer a la muerte por nosotros.

Nuestra tendencia natural es autogobernarnos, emplear nuestro tiempo de forma que favorezca nuestros propios planes y deseos.

Como somos criaturas, somos limitados y finitos. Esto forma parte del plan original de Dios, y aquellos que son sabios buscarán en su Creador dirección y comprensión.

Nuestro tiempo nos es dado, pero no es para nosotros. Podemos aprovechar al máximo nuestro tiempo dándolo por el bien de los demás.

Como Pablo, debemos sentir la urgencia de emplear nuestro tiempo de una manera que honre a Dios: derramando nuestras vidas para amar bien a Dios y a nuestro prójimo.

Confianza divina: Reconocer que nuestras familias nos han sido confiadas por Dios, que tiene un plan divino para el crecimiento y el bienestar de cada miembro.

Mayordomía: Comprender nuestro papel como administradores de los miembros de nuestra familia, responsables de fomentar su desarrollo físico, emocional y espiritual.

Gratitud: Cultivar un espíritu de gratitud por el don de la familia, reconociéndolo como una bendición otorgada por la gracia de Dios.

Fundamento espiritual: Construir una base de fe dentro de la familia, fomentando un entorno en el que los valores espirituales guíen las decisiones y las interacciones.

Servicio y sacrificio: Practicar el amor desinteresado y el servicio dentro de la familia, siguiendo el ejemplo de Cristo de amor sacrificado por los demás.

Oración y guía: Buscar la guía de Dios a través de la oración

Perdón y reconciliación: Fomentar una cultura de perdón y reconciliación dentro de la familia, reflejando la gracia y la misericordia de Dios en nuestras relaciones.

Comunidad y extensión: Extender el amor de Dios más allá de la unidad familiar, participando activamente en actos de bondad y servicio a los demás como una familia.

Perspectiva eterna: Mantener una perspectiva eterna en la vida familiar, con el objetivo de fortalecer nuestros lazos en la tierra mientras nos preparamos mutuamente para nuestro hogar definitivo con Dios.

El administrador de esta parábola utiliza lo que tiene a su disposición para invertir en el futuro. Del mismo modo, podemos utilizar el dinero que Dios nos ha confiado para invertir en la eternidad.

Dios nos llama a aprovechar nuestros recursos en beneficio de los demás. Al hacerlo, podemos tener un impacto eterno.

La generosidad es el corazón del Evangelio. Jesús se despojó de sí mismo por nosotros, sacrificándolo todo para enriquecernos.

Dar a la iglesia local no sólo apoya nuestro canal principal de discipulado, sino que también extiende el evangelio a nuestras comunidades y alrededor del mundo.

Aunque puede ser fácil encajar en la cultura de la iglesia y parecer justo, la forma en que usamos nuestro dinero revela el objeto de nuestra confianza y devoción.

La Iglesia no es un lugar para que vengamos y consumamos. Dios nos llama a cada uno de nosotros a producir para su Reino.

Todos nuestros talentos, habilidades y recursos proceden de Dios. Él nos los proporciona y nos los confía para dar a conocer su nombre y bendecir al mundo que nos rodea.

Dios decide y distribuye los talentos según su plan. Aunque las discrepancias pueden ser un reto, nuestra responsabilidad es aceptar lo que Él nos ha dado.

Dios tiene expectativas sobre cómo usamos nuestros talentos: no debemos usarlos egoístamente o ser pasivos, sino invertirlos activamente para su gloria.

A Dios no le importa quién tiene más talento. No nos ganamos su aprobación con logros; Él celebra nuestra fidelidad.